El Covid desde la fe

Testimonio de Cristina Losa

Fisioterapeuta una residencia de mayores - Diócesis de Barcelona

 

Hace días que me propusisteis dar mi testimonio. Llevo días intentándolo. Dándole vueltas.
Creo que lo importante no es lo que he vivido, sino lo que he descubierto, lo que Dios me ha dicho a través de todo lo vivido.
Sé que aún estoy lejos de todo lo que debo aprender. Dejar que todo lo vivido vaya empapando a cada uno de nosotros para que, poco a poco,
Dios vaya haciendo de nosotros la persona que Él sabe que podemos ser.
Trabajo en una residencia de gente mayor.
Una residencia que habitualmente tiene mucha vida, mucho movimiento, mezcla entre las diferentes plantas, entre residentes, familias, voluntarios y trabajadores. Una residencia donde se respira calorcillo, pero con limitación de espacio: habitaciones dobles, pequeñas, lavabos adaptados compartidos. Es la realidad del mundo residencial, que durante muchos años hemos ido construyendo así. Como sociedad no hemos destinado recursos para que sea diferente.
En febrero yo era de las persones que creía que el virus acabaría llegando. En este mundo globalizado es imposible controlarlo todo. Pero era de las que creía que el COVI se comportaba como una gripe, o poco más.
Cuando el 10 de marzo llegó la notificación de no hacer ninguna actividad con voluntarios ni con grupos amplios de residentes, de golpe me di cuenta de que la cosa era más seria. Y cuando al cabo de un par de días hicimos los trámites habituales para derivar una persona al hospital, como siempre que empeoraba su enfermedad de base, y nos dijeron que esta vez no sabían si podría ir al Hospital, entonces me di cuenta de la gravedad, no tanto de la enfermedad, sino de la fragilidad de nuestro sistema sanitario. De la enfermedad me daría cuenta más tarde.
Esto me hizo tener muy presente la realidad de África y otros lugares con desigualdades, donde las enfermedades matan, no porqué el mundo no conozca el remedio, sino porqué allí no existen los recursos. Sensación de que en este mundo no sabemos priorizar lo prioritario, y que hay vidas que valen más que otras.
Fue entonces, también, cuando llegó la notificación del cierre total de las residencias. Los residentes no tendrían ya las visitas ni el acompañamiento de sus familiares.
Empezó entonces también la sensación de que aquello era una bomba. Nunca lo había pensado para otras enfermedades como la gripe. Tenía miedo de ser el vector transmisor. Te das cuenta, de repente, que tu puedes ser vehículo de muerte. Y pensaba en cuantas veces mis palabras y mis actitudes también lo son. Miedo de llevar muerte y no vida. Sentirte responsable de la vida de los demás.
Miedo a ser una bomba para los residentes, pero, rápidamente, miedo a ser una bomba para cualquier persona con la que tuviera contacto: cruzármela por la calle, tiendas…sentir la suerte de vivir sola…Miedo porqué enseguida nos dimos cuenta de que el COVID hacía muchos días que convivía con nosotros, había compartido nuestra vida normal.
Durante los primeros días de confinamiento empezaron nuestros gritos de alerta, nuestras demandas de ayuda. De golpe teníamos un montón de febrículas que no considerábamos normales. Empezaba nuestra pesadilla.
La sensación de vergüenza, de culpabilidad…la sensación de impotencia, sentirse perdida, la soledad ante la magnitud de lo que estaba llegando...desesperación, dolor, angustia...sensación de que esto se nos comía y que no podríamos salvar a nadie.
Pero también vivencia de equipo, de lucha común, de búsqueda de soluciones…no quedarnos parados. Gritar hacia fuera y actuar dentro.
Y en medio de esta desesperación no podía rezar. Sólo era capaz de escuchar cantos de Taizé...ni cantarlos, solo escucharlos. Era mi ruido de fondo los ratos que estaba en casa.
Y de repente, un día, en medio de Taizé, empezar a llorar…y con este llanto empecé a rehacerme. Empezar a comer, a dormir, a leer el Evangelio.
Y cuando la residencia se queda sin equipo sanitario, sin el medico, sin ninguna enfermera, las palabras de Jesús al invalido de la piscina de Betsaida: “Levántate, toma tu litera y anda”. Levántate, toma tu desesperación, tu angustia, tu dolor, tu soledad, tu inexperiencia, tu ignorancia, tu inseguridad ...y camina…camina…camina por ellos.
Y en este andar llega un día en que nos imagino abrazándonos. Equipo y residente. Abrazándonos y llorando. Llorando por todo el dolor vivido, por todas las personas que ya no están y por las que estamos, y por la alegría de haber llegado al final de esta pesadilla.
Y es cuando me doy cuenta de que, hasta entonces, había perdido la esperanza. Esperanza reencontrada. Semilla de Pascua.
Andar y andar…afortunadamente, ahora todo ya algo más estable.
Al final nos hacen las pruebas a los trabajadores de residencias. Y soy positiva. Positiva asintomática. Ahora, aislada en casa. Experiencia de confinamiento
Muy consciente, Señor, de tu presencia todos estos días. Muy consciente que Tu y la oración y los pensamientos de los que me quieren me han sostenido. No ha sido como otras veces, un sentirlo a flor de piel, es una certeza profunda…Gracias....
Y durante todo este tiempo, muy presente África, la situación que viven desde hace muchas décadas...y los refugiados…la admiración hacia los que trabajan con ellos, y la consciencia de que para hacerlo no les mueve la injusticia o la rabia, solo el amor que tienes por los que cuidas…” En nuestra oscuridad enciende la llama de tu amor, Señor”. Hoy, estas palabras, encuentran más sentido que nunca: el amor. Fuente imprescindible para moverte en la oscuridad. En la pesadilla de la residencia es el amor por los residentes y por los equipos lo que te mueve. Es el amor de los demás hacia ti lo que te sostiene y reconforta.
Y para amar, la importancia de poner nombre y rostro a las cifras. “¿por qué me has visto has creído? ¡Felices los que creerán sin haber visto!” . Señor, haz que los números nos toquen el corazón. En este mundo globalizado no podemos poner nombre y rostro a todos los sufrimientos. Haznos capaces de amarlos. Haznos también capaces de descubrir el sufrimiento de los que tenemos a nuestro lado.
Y durante este tiempo de pesadilla, la sensación de lejanía y de incomprensión de los confinados hacia lo que yo estaba viviendo. Pero también la imposibilidad de ponerme en su lugar. Vivencias y preocupaciones totalmente diferentes. Aprender a no juzgarlas. Aprender a acompañarnos.
Tomar conciencia de la importancia de la comunidad, de la sociedad. La liberación no se puede conseguir solo. Nos necesitamos todos, cada uno en su papel, en el lugar que nos corresponde a cada momento. En Éxodo 12 (liberación de Egipto), Dios pide una acción conjunta, organizada, desde el compartir. No es una liberación individual, sino coordinándose y compartiendo, teniendo en cuenta los recursos, a los demás. Y no es fácil pasar este trance...comerlo con hierbas amargas…pero al final, la liberación.
Y en todo este camino, Tu presencia…” no tengáis miedo. Id a Galilea y ahí me veréis”. Con el convencimiento de que has estado y de que estás…
   En cada uno de los residentes que ya no están
   En cada uno de los residentes que aún están
   En cada trabajador que vences su dolor y da todo el cariño del que es capaz a aquellos que cuida.
   En cada lágrima llorada
   En cada familia que llora, agradece y anima
   En cada gesto del equipo
   En cada gesto de preocupación por el otro
   En cada persona que sigue al pie del cañón
   En cada sonrisa
   En las miradas
   En cada videollamada
   En cada persona de fuera que nos ha acompañado, orientado, asesorado, que ha caminado con nosotros
   En cada donación de gente del barrio, entidades...
   En el vecino que deja una nota en el ascensor ofreciendo su ayuda a quien lo necesite
   En cada oración preparada y compartida en los grupos de whatsapp
   En cada reflexión, documento y testimonio compartido
   En cada llamada y palabra de preocupación, de ánimo y de consuelo
   En cada ofrecimiento para hacerme la compra, en cada nota que acompaña la compra...
Gracias por tanta riqueza de Tu presencia.
Pero, sobre todo, los residentes, tu imagen en esta Semana Santa. Los rechazados por esta sociedad, deslumbrada por la juventud. En tu figura “desfigurada, acostumbrada al dolor” ...los veo a ellos. A los que nadie quiere mirar...soportando las consecuencias de nuestras decisiones como sociedad. Estos cuerpos desfigurados, acostumbrados al dolor, sufriendo la distancia de sus familias, algunos sin comprender nada, otros conscientes y sabiendo que sus compañeros ya han caído y que ellos pueden también irse...trasladándolos de habitación en habitación con una bolsita como única pertenencia…confinados en las habitaciones, sin sus recuerdos, cuidados por gente desconocida que viste de forma extraña…dejándose cuidar, confiando en nosotros.
Síntesis de los sufrimientos del mundo...imagen de los refugiados...Tu imagen.
La dureza de no poder tocar, de no poder consolar con un abrazo...ni a equipos, ni a residentes, ni a familiares…no poder estar ni, como María, al pie de Tu cruz. Y las palabras de una amiga: orar para que en esta soledad sientan el abrazo de Dios. De tal manera que lo puedan comprender, que sea un consuelo para ellos. Gracias porque sé que has estado y estás.
Durante este mes, Señor, me lo has hecho vivir todo: la “trinchera”, el confinamiento, la pérdida en la residencia, la pérdida como familiar…Gracias por habernos creado a Tu imagen, capaces de llorar de preocuparnos por los demás, de rehacernos, de tener esperanza, de caminar…Gracias porque te sé acompañándonos siempre. Incluso has dado sentido a mi confinamiento: Trabajo de humildad y poder participar en un ensayo clínico. Y hoy han dado el alta al compañero que lleva peor el confinamiento. Gracias porque pides a cada uno lo que podemos dar. Gracias por cuidarnos. Aprender a confiar en Tí....
Porqué la vida sigue. Un patio vació, en silencio…un pasillo con sillas vacías...antes lleno de niños y mayores, ruido y vida compartida. Ahora, nada. Silencio. La dureza del vacío. Pero en este vacío la vida sigue: las plantas que ningún residente cuida, empiezan a florecer. La primavera nos sorprende en este invierno tan oscuro. La naturaleza sigue, la vida sigue, el mundo sigue…un regalo de vida que nos recuerda que todo puede volver a florecer, a estallar en mil colores y aromas, a crear un jardín mejor que el anterior.
Gracias por llenarnos de esperanza.

 

 

 

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