SUCEDIÓ (TAMBIÉN) EN SANTIAGO

Testimonio de Pilar Risco Venegas, ACG PLASENCIA.

 
 

 
Con un poco de perspectiva, habiendo pasado ya un tiempo desde la Asamblea de Santiago, ahora es posible definir  mejor la experiencia que imbuida en el fragor, la intensidad y el cansancio (acumulado sobre todo los que hicieron el Camino) de esos días, de los encuentros, actividades, ires y venires, trasnoches, reuniones, palabras, ideas, planteamientos, rostros, sentimientos y sensaciones, todo junto, concentrado,…demasiado para digerirlo todo de golpe, al menos para mí.

Al revisar y repasar lo vivido, emergen en mí entre todo lo escuchado y celebrado comunitariamente, en asamblea o en grupos, reuniones y talleres, pequeñas perlas, flashes, de experiencias más de tú a tú, más personales, más de lo que pasa en los pasillos o los descansos, en los desayunos, off de record, entre bambalinas, en las colas del baño, en los caminos o esperas compartidos, en las coincidencias, o las conversaciones e intercambios, encuentros personales, con las personas ya conocidas (lo que ayuda a fortalecer los vínculos afectivos, a conocernos mejor, a compartir…) y con personas nuevas hasta ese momento, pero con las que una se siente unida por ese hilo invisible de ser hermanos. Personas no necesariamente de ACG, ni siquiera necesariamente creyentes.

Tuve muchos de esos guiños del Espíritu esos días, pero quiero hablar de uno en especial.

Era ya el sábado. En un descanso del trabajo de la tarde salí al soportal de Lasalle y habían colocado un pequeño puesto de productos ecológicos y de comercio justo. Tenía sed y le compré un zumo al chico que estaba a cargo del puesto. Y empezamos a hablar, porque él me comentó que estaba sorprendido de lo que veía, le llamaba la atención el ambiente que observaba, y que se respiraba allí (Mirad cómo se quieren…). Él me dijo que no era creyente, pero que en su trabajo, organizando eventos, comidas, etc, tenían la filosofía de se creara un buen ambiente, de que la gente se sintiera agusto alrededor de la mesa compartida. No recuerdo mucho más las palabras exactas que intercambiamos (aunque sí le pude explicar quiénes éramos y qué hacíamos allí), pero sí recuerdo sus ojos abiertos y atentos, su sencillez y su sonrisa, su actitud abierta, vital y fresca, y la sensación con la que yo me quedé: una vez más, sin buscarlo ni planificarlo conscientemente, el Espíritu había actuado. Yo creo que a esto se le puede llamar si se quiere evangelización, ¿o quizás este es un término pretencioso para este caso?. Lo que sí sé es que Dios actúa a través de y en todo y todos, también en la relación con los demás. Más allá de las palabras.

Me venía después al pensar en ello, que se puede hacer un paralelismo, salvando las distancias, con alguno de los encuentros que Jesús tenía con las personas. Por ejemplo con la samaritana. Al borde de un pozo (aquí en un puesto de alimentos); encuentro casual; la sed (no sé quién dio más de beber a quien, qué agua (zumo en este caso) fue más vivificante y transformadora); el encuentro; aprovechar la oportunidad, respetar, escuchar, mostrar, anunciar quizás.

Salir, sembrar y caminar siempre de nuevo. Una semilla más, cuyo fruto no me corresponde a mí recoger, no me preocupa, ”el sembrador duerme tranquilo, confiando en la fuerza escondida en esa semilla”.

Seguro que hubo muchas más semillas y más siembras a lo largo de esos días…Yo solo he querido compartir una de las mías con vosotros.

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